"Ustedes son amados y apreciados para siempre"
En
su edición de Octubre del 2012, la prestigiosa revista norteamericana Newsweek
sorprendió a sus lectores con una portada y un titular que causó bastante
impacto: “El cielo es real: La experiencia de un Doctor en el Más Allá”.
El
artículo en cuestión se refería a la supuesta e increíble experiencia vivida
por el neurocirujano Eben Alexander, quien el año 2008 sufrió un ataque de
meningitis que lo dejó en estado de coma durante siete días. Lo insólito del
asunto es que, durante ese lapso, el facultativo, quien hace clases regulares
en la Universidad de Harvard, aseguró haber vivido una experiencia
extracorporal, durante la cual se encontró con algo bastante parecido a la
imagen que tenemos del Paraíso, es decir, un apacible lugar con nubes, coros
celestiales, ángeles y parientes difuntos.
Alexander,
en la entrevista que le concedió a esta publicación, partió explicando que
“crecí en un mundo científico y, como neurocirujano, no creía en el fenómeno de
las experiencias cercanas a la muerte. Siempre había creído que había una buena
explicación científica para los viajes celestiales fuera del cuerpo, descritos
por aquellos que escapaban a la muerte por poco. El cerebro es un mecanismo
sorprendentemente sofisticado, pero extremadamente delicado. Si se reduce la
cantidad de oxígeno que recibe, así sea la cantidad más pequeña, este
reaccionará. No era una gran sorpresa que las personas que habían sufrido un
traumatismo grave regresaran de sus experiencias con historias extrañas. Pero
eso no significaba que habían viajado a algún lugar real. Y aunque me
consideraba un creyente cristiano, era más de título que de creencia real”.
El
viaje al Paraíso
En
el otoño de 2008 las rígidas creencias del doctor Alexander cambiaron de golpe.
Una meningitis bacteriana fulminante lo dejó durante siete días en un profundo
estado de coma y los facultativos que lo atendieron estimaron que sus
pronósticos de vida eran casi nulos.
“Durante
siete días estuve en un coma profundo, con mi cuerpo sin respuestas y mis
funciones cerebrales superiores totalmente fuera de línea. Pero, en la mañana
de mi séptimo día en el hospital, mientras mis médicos consideraban si se
suspendía el tratamiento, mis ojos se abrieron de golpe. No hay una explicación
científica para el hecho de que mientras mi cuerpo estaba en estado de coma, mi
mente – mi conciencia, mi yo interior – estaba viva y bien. Mi conciencia
liberada del cerebro había viajado a una diferente y mayor dimensión del
universo, una dimensión que nunca había soñado que podía existir y que es la
misma que describen incontables personas que han vivido experiencias cercanas a
la muerte u otros estados místicos”.
Alexander
agregó que “hacia el comienzo de mi aventura, yo estaba en un lugar de nubes.
Grandes, esponjosas, de color rosa-blanco, que se presentaron nítidamente en
contraste con el profundo cielo negro-azul. Más alto que las nubes,
inconmensurablemente más alto, una multitud de seres transparentes y brillantes
se movían trazando arcos por el cielo, dejando largos trazos como serpentinas
detrás de ellos. ¿Pájaros? ¿Ángeles? Estas palabras las registré más tarde,
cuando estaba escribiendo mis recuerdos. Pero ninguna de estas palabras hace
justicia a estos seres, que eran, sencillamente, diferentes a todo lo que he
conocido en este planeta. Eran más avanzados. Formas superiores”.
El
doctor añadió que “un sonido, enorme y retumbante como un canto glorioso,
descendió desde lo alto, y me pregunté si los seres alados lo estaban
produciendo. Nuevamente, pensando en ello más tarde, se me ocurrió que la
alegría de estas criaturas mientras volaban alto era tal, que tenían que emitir
este sonido, y que si la alegría no salía de ellos de esta manera entonces
simplemente no serían capaces de contenerla. El sonido era palpable y casi material,
como una lluvia que se puede sentir en tu piel, pero que no te moja.
Ver
y escuchar no estaban separados en este lugar donde ahora estaba. Podía
escuchar la belleza visual de los cuerpos plateados de esos seres brillantes
que estaban arriba, y pude ver la perfección creciente, alegre de lo que
cantaban. Parecía que no se podía ver o escuchar ninguna cosa en este mundo sin
volverse parte de ella, sin unirse con ello de alguna forma misteriosa. Una vez
más, desde mi perspectiva presente, me permito sugerir que no se podría mirar
“hacia” nada en ese mundo en absoluto, porque la palabra “hacia” en sí misma
implica una separación que allí no existía. Cada cosa era distinta, pero cada
cosa era también una parte de todo lo demás”.
El
doctor, en este punto de su relato, explicó que se encontró con una mujer
joven, de pómulos altos y ojos azules. “La primera vez que la vi, estábamos
juntos cabalgando sobre una superficie con un intrincado patrón, que después de
un momento me di cuenta que era el ala de una mariposa. De hecho, millones de
mariposas estaban alrededor de nosotros, enormes y agitadas olas de ellas, que
se zambullían en un bosque y volvían de nuevo a nuestro alrededor. Era un río
de vida y color, moviéndose a través del aire. Ella me miró con una mirada que,
si la vieras durante cinco segundos, haría que tu vida entera hasta ese punto
valiera la pena, sin importar lo que haya ocurrido en ella hasta ahora. No era
una mirada romántica. No era una mirada de amistad. Era una mirada que de
alguna manera estaba más allá de todo esto, más allá de todos los diferentes
tipos de amor que tenemos aquí en la tierra. Era algo superior, que contenía
todos estos tipos de amor en sí mismo, mientras al mismo tiempo era mucho mayor
que todos ellos”.
Alexander
agregó que “sin pronunciar una sola palabra, ella me habló. Este mensaje, si
tuviera que traducirlo al lenguaje terrenal, sería algo como esto: “No tienes
nada que temer” y “Ustedes son amados y apreciados, para siempre”. Este mensaje
me atravesó como un viento y me inundó con una inmensa y loca sensación de
alivio. “Te vamos a mostrar muchas cosas aquí”, dijo la mujer, una vez más sin
llegar a utilizar estas palabras, sino transmitiéndome directamente su esencia
conceptual. “Pero eventualmente vas a regresar”. Para ello sólo tenía una
pregunta. ¿Regresar a dónde? Un viento cálido soplaba, como los que surgen en
los días más perfectos de verano, sacudiendo las hojas de los árboles y
fluyendo como agua celestial. Una brisa divina. Esto cambió todo, transformando
el mundo a mi alrededor en una octava incluso más alta, una vibración más alta.
A pesar de que aún tenía una pequeña función del lenguaje, al menos la idea que
tenemos de él en la Tierra, sin decir palabras comencé a formular preguntas a
este viento, y al ser divino que sentía que trabajaba detrás de él o dentro de
él. ¿Dónde está este lugar? ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? Cada vez que
expresé silenciosamente una de estas preguntas, la respuestas llegaron
inmediatamente, en una explosión de luz, color, amor y belleza que soplaba a
través de mí como una ola rompiendo. Lo más importante de estas explosiones es
que no callaban mis preguntas abrumándolas. Respondían a las preguntas, pero de
una forma que pasaba el lenguaje por alto. Los pensamientos me entraban
directamente. Pero no era pensamiento como lo experimentamos en la Tierra. No
era vago, inmaterial o abstracto. Estos pensamientos eran sólidos e inmediatos,
más calientes que el fuego y más húmedos que el agua, y mientras los recibía
era capaz de comprender al instante y sin esfuerzo conceptos que me habría
llevado años comprender plenamente en mi vida terrenal”.
Infinitamente
reconfortante
En
la parte final de su relato, después de haberse topado con algunos parientes y
amigos ya fallecidos, Alexander detalló que “seguí avanzando y me encontré
ingresando en un inmenso vacío, completamente oscuro, infinito en tamaño, pero
también infinitamente reconfortante. Era profundamente negro pero, a la vez,
rebosante de luz. Una luz que parecía venir de un orbe brillante que ahora
sentía más cerca de mí”.
Para
sorpresa de los médicos, Alexander despertaría abruptamente de su estado de
coma, entrando en un franco estado de recuperación. Su supuesta experiencia en
el Más Allá, por supuesto, lo convirtiría en un hombre totalmente nuevo.
“Ahora
sé que el universo no sólo está definido por la unidad, sino también por el
amor. El universo como lo experimenté en mi estado de coma es – he descubierto
con sorpresa y alegría- el mismo sobre el cual tanto Einstein y Jesús habían
hablado en sus (muy) diferentes maneras. Aún sigo siendo un doctor, y aún sigo
siendo un hombre de ciencia, casi exactamente igual a como era antes de que
tuviera mi experiencia. Pero en un nivel más profundo soy muy diferente a la
persona que era antes, porque he podido vislumbrar esta extraordinaria
dimensión que nos espera después de esta vida terrenal”.
La
inusual experiencia del doctor Eben Alexander fue recogida con detalles en su
libro “Proof of Heaven: A Neurosurgeon’s Journey into the Afterlife (“La prueba
del Paraíso: El viaje de un neurocirujano hacia el Más Allá”) que, como era de
esperarse, causó una gran controversia entre la comunidad científica de su país